Atrapada en los límites de mi propio túnel

Mi amado José Antonio:

Malhaya la hora en la que de mis puños surtieron tan abominables palabras… pero como ellas es el interior de mi corazón: detestable. Y como siempre surgió de mi alma el más reconfortante alivio al purgar en palabras a esos demonios que me atormentaban… inmediatamente me arrepentí de haber escrito aquellas líneas invadidas por la rabia. Me disculparía eternamente si así te hiciera entender que aquellas letras afligidas no iban dirigidas a ti, mas a la vida que se ufana de transformarme en una triste marioneta víctima del desequilibrio emocional como mi dueño titiritero.
Pero como lo dice Sábato, toda nuestra vida transcurre dentro de un largo y oscuro túnel… y no podemos controlar lo que suceda alrededor de él. No soy un ser humano, soy distinto, no existe nadie para entenderme… soledad absoluta, física y espiritual, atrapada en un túnel. Lo que no nos dice el maestro Sábato es que podemos aprender de las desdichas en vez de ahogarnos en desesperación, angustia y frustración... por un momento no vislumbré más que eso. Existe esa lux al final de ese túnel… arde consistente, ya la he visto; pero se me sigue escapando.
Al menos puedo extraer esos sentimientos en palabras antes de que me apresen físicamente tal inestabilidad. Perdóname por hacerte víctima de esas torturas producto del efecto que tienen las injuriosas sombras sobre mí. No tienes la culpa… no debía acusarte de nada... la única que se cegó fui yo. No pude medirme… y como siempre, todo lo termino en desastre. Te convertí en el mártir del calvario de Andrea. A costa de eso evité hundirme más en mi demencia… ¿pero a qué precio? ¿Tu sacrifico? Jamás me atreveré a que sea nuevamente víctima de mis suplicios.
Aunque me podría incriminar el flagelo invisible de ser similar a un cuervo, jamás mis blasfemas garras estarían destinadas a sacarte los ojos. No querría cegarte aunque fuese una alimaña de la noche. Y tienes razón, comenzaste llamándome como una figura oculta en la oscuridad. Como te dije… me convertí en una bestia iracunda con vendas en los ojos. Aunque no sería mal recibido que te imagines a una nueva Andrea, más agraciada y feliz; en vez de esta ave de negro plumaje que no hace más que llorar “nunca más”.
Qué tonta fuí al pensar que alguien podría alabar mi imagen... tu eres el único lunático que ha sabido soportar la esencia narcotizante que de estas palabras emana.
Eres bienvenido a aventurarte en este infierno… debo encontrarme perdida y tentada a la vez entre esos bosques sangrantes de Dante, secos y nudosos… tal vez el maestro Shakespeare sea tu Virgilio. Pues necesitarás de un guía que te lleve a recorrer los círculos infernales, porque yo no me hallo en la inmensa rosa rodeada de coros angelicales, de eso estoy segura. Al menos La Comedia tuvo un final feliz.
Me encanta tu imaginación literaria… la hermosura de esa historia de un nuevo Romeo y…en la infinidad de la noche custodiando un amor reclinado en un “para siempre”. No hay nada más hermoso… es gracioso cómo nos enamoramos de lo eterno y lo imposible, porque sé que el “para siempre”, en esta vida, no existe. Ni mi laberinto escondido entre sombras es perpetuo… yo conozco muy bien una salida; y tu tratas de enseñarme otra…las lágrimas algún día se secan, lo sé, ahora lo sé.
Lo inmortal se quedó en nuestros vampiros, y porque exista en nuestra cabeza no significa que sea tal en la realidad. Espero que la muerte tampoco sea infinita… al menos aspiro a que podamos soñar en ese profundo trance. “La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse con la muerte, que seria, así, una especie de despertar. ¿Pero despertar a que? Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna me ha detenido…”( El Túnel)
¡Las ilusiones! Las fantasías pueden ser infinitas…nada más. No podemos más que alcanzar en infinito con las palabras, y esperar con ilusión a que se perpetúen en las frágiles memorias mortales. Pienso ahora… qué hermosa es la concepción del gerundio.
Haz dibujado, como siempre, una sonrisa en mis labios. No puedo imaginarme tu incursión en Macondo ni cómo mi imagen llegó a un espejo roto en manos de aquel viejo… semidiós (me atrevo a llamarlo así).
No fue mi intención incomodarte. Ya a estas alturas yo no me creería a mí misma… nunca es mi intención nada. Al parecer lo único que hago conciente y con mucha disposición es escribirte.

Desde lo más profundo de mi corazón… AndreA

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