He sido víctima de la indolencia


He sido víctima de la indolencia. Como miles de personas en este país que me parió de sus entrañas, me contagié de la enfermedad más común en tierras venezolanas. Es progresiva y no tiene cura; la indolencia depende de cuán expuesto uno esté a la realidad nacional, de cuánto tiempo ves las noticias en canales de señal abierta, cuántas veces lees el periódico (y cuánta prensa lees), cuántas veces caminas por la calle sin audífonos y escuchas a las otras personas hablar sobre a quién le robaron el celular, a quién secuestraron, y a cuántos mataron en el barrio.

Pero la indolencia no se aparece sola, sino que previamente desarrolla en nosotros la indiferencia y la apatía, hasta que somos, al final, completamente incapaces de sentir algo por un fenómeno que sucede con una continuidad extraordinaria. ¿Cómo no podemos abandonar la indignación en una ciudad que pierde 15 vidas humanas diarias de manera violenta? Al final, ya no nos importa, nos ponemos en modo que nos resbale.

Yo solo sabía pocas cosas de Cruz Pérez, era profesor de la Academia de inglés Loscher, tenía a sus hijas viviendo en los Estados Unidos, fumaba, le faltaba un dedo meñique y le gustaba que le llevara galletas para merendar muy avanzada la tarde, cuando nos daba clases en uno de los pequeños salones de la Academia en Sabana Grande.

Lo había visto un par de veces en la calle, la última, una semana antes de su asesinato, en al CC El Recreo, intercambiamos unas cuantas frases en inglés y me despedí con un "Looking good!". Él siempre se veía bien, de traje y corbata, con un pequeño copete canoso pero bien peinado; casi era imperceptible que los viernes se calzaba zapatos deportivos bajo los pantalones de vestir.

Era obvio que su trabajo era lo que más valoraba o era todo lo que le quedaba, para un hombre con la familia en el exterior, codearse todos los días con gente nueva y variopinta debía ser invaluable. O tal vez estoy inventando.

Me avisaron por whatsapp de su muerte, y nunca se me pasó por la mente que había formado parte de una estadística política que este Gobierno ha ignorado y manipulado durante los últimos 15 años. Al día siguiente me enteré por la prensa de lo que había pasado realmente. Aunque los datos son muy generales, sé que hay pocas probabilidades de que se resuelva este asesinato, que se llegue a la verdad y que se pasen por la justicia los responsables de sesgarle la vida a otro ser humano.

Y me di cuenta que sufro de un terrible caso de indolencia, cai en cuenta que Cruz Pérez es otro titular en la prensa, unas notas en la sección de sucesos de los periódicos; y la gente podrá leer el violento fin de su historia por un día, y nunca más.

Racionalmente sé que está mal; pero emocionalmente no puedo sentir nada porque sé que mi llanto pasaría desapercibido por una autoridad que no ve el mal y ni quiere verlo, porque tampoco pretende hacer algo al respecto. Ya pasamos el tiempo de que llorábamos a nuestros muertos. ¿Para qué? Si el dolor tampoco tiene resolución en ningún estado de Venezuela. Te dirán "ya te lo matarón, qué vas a hacer". Yo lo diría.

Mientras tanto, en la lotería de Venezuela, salimos todos a la calle con las mejores esperanzas de que regresemos a casa sanos y salvos a casa, de que no nos topemos con el hampa impune que reclama el territorio caraqueño. Cuando nos montamos en el Metro, bajamos la cabeza y tratamos de no mirar a nadie a la cara, no se sabe quién te va a revirar, según dicen. Cuando nos montamos en la camionetica, nos persignamos para rogar que no sea esa unidad a la que le toque el atraco de hoy. Cuando arrancamos en el carro, esperamos que no se nos atraviese ningún motorizado, ni que nos vean el Blackberry por la ventanilla. Y si nos llegan a atracar, pedimos al cielo porque todo pase rápido y que al choro no se le ocurra darnos un tiro de ñapa, por pura maldad, porque puede y porque lo dejan.

No sé qué pasaba por tu vida durante tus últimos días; pero espero que, a pesar de todo, descanses en paz. Eso es lo mejor que te puedo desear: PAZ.



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