El mortal comenzó a perder las fuerzas, pero siguió luchando. Luego cometió la estupidez de asirme de las manos para obligarme a soltarlo, seguido de la increíble torpeza de tratar de arrancarme los ojos. Yo los cerré con fuerza y dejé que tratara de meter sus grasientos dedos en mis ojos. Sus esfuerzos fueron en vano. Soy un joven inatacable. No se puede cegar a un ciego. Yo estaba demasiado repleto de sangre para preocuparme por esas nimiedades. Además, sus forcejeos me complacían. Esas débiles criaturas, cuando tratan de arañarte, en realidad te acarician.

-El vampiro Armand, Anne Rice

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