Lágrimas compartidas...

Esta noche, después de leer un relato de José Antonio Pulido, sufrí la extrañísima sensación de escribirle. Después de leer mil veces Lágrimas de un condenado, no pude resistir ese impulso desconocido, no suelo escribir correos a escritores ni nada por el estilo. Pero esta noche fue diferente, y no sé por qué. Tengo sospechas, pero nada definitivo. Esta noche me siento especialmente melancólica, a las 5 de la mañana no podía pegar los párpados, sin embargo no me sentí nada inquieta o frustrada, mas bien triste, con ganas de llorar grandísimas. Me levanté y escribí. Tal vez quería la compañía de algún desgraciado. Empatía de algún otro infeliz.
Les adjunto el mail que regurjité a esas horas de la madrugada. Escribí apresurada, tal vez para terminar antes de que amaneciera (una vez que saliera el sol la luz no me dejaría dormir).
Desconozco la razones que me impulsaron a este acto. No sé si espero respuesta. Ni siquiera sé si realmente quiero que lo lea. Ya lo hice, ya lo envié, y estoy nerviosa... sigo triste.

Saludos cordiales, profesor Pulido Z.:
(Imagino que es profesro por su profesión, sin ganas de ofenderlo; todo lo contrario).
Siempre he aborrecido este encabezamiento, es tan tibio, tan postizo. Creo que porque a lo largo de la raza humana, el hombre siempre ha querido ser tibio, evitar la conflictividad, por ende, ser postizo, falso.
Pero esta no es la razón por la que escribo. Acabo de leer su relato Las lágrimas de un condenado, es extraordinario, si me permite. No porque sea un escrito oscuro y desesperanzador, de esos que tanto me atraen (como Kafka, Goethe, o el mismo Sábato), no; su frase “Y fue allí cuando quiso convertirse en el escritor de la sombras” la que tanto me atrajo, casi hipnotizó. “El escritor de la sombras”… ¿acaso no todos los que osamos, a expensas de una afirmación bufonesca o de la exacerbación de la vanidad, a auto inflingirnos ese peso de “poetas” no nos convertimos en escritores hijos de la oscuridad? No me refiero excluyentemente a la ausencia de la luz, sino a todo lo que esta sociedad se ha mal acostumbrado a denominar como oscuro. ¿Es que acaso no vemos la belleza en lo que los otros ven horror, fealdad, disturbio? “El escritor de la sombras”, denominación hermosa que no puedo remover de de aquel ente que algunos llamaran alma, si es que acaso tal cosa existe, creo que es ahí donde me ha tocado.

Tanto más coincido con su posición de una condena impuesta por el mismo personaje a sí mismo. He sentido que desde que tengo conciencia y responsabilidad de mis propios actos, reconocimiento de mis propios pensamientos, todo lo que ha sido producto de lo que absurdamente pueda llamar poesía a mi trabajo, ha sido precisamente por esta maldición de ser poeta. Ser capaces de escribir palabras tan sutiles y etéreas con el corazón destrozado y la moral destruida. Llorar y acaso escribir palabras de alegría. Sufrir de la infinita melancolía y encontrar tales frases que reflejen cristalinos los más impuros sentimientos. Siento que esta habilidad viene acompañada de un espíritu negro, una condena a la infelicidad, una vida intermitente en la que forzosamente hay que separar al poeta de la persona que vive la cotidianidad, de otra manera no soportaríamos la existencia o nos encerrarían en un manicomio. Es una condena misma ser poeta… Oh, pero que hermosa maldición. No cambiaría ni una sola convulsión de mi infame corazón por algún momento fugaz de felicidad a cambio de no tener el don de la palabra. Preferiría morir de dolor.

Igualmente, no he podido dejar de pensar en el escritor de su relato, no sé cuánto tendrá de autobiografía y cuánto de verdad, no es de mi incumbencia ni tampoco de mi interés más burdo venir a buscar la verdad; todo lo contrario, ese escritor maldito que se condenó a sí mismo a una muerte lentísima vivió en su mundo de fantasía. Con todo respeto, todos vivimos en un mundo de cristalinas paredes construido con la mentira, y no todos acabamos similares al desenlace de su historia.

Yo, orgullosamente, digo que he llegado tan lejos gracias a la mentira, a la fantasía, gracias a que mi madre alentó siempre mi imaginación. Piedra por piedra he construido mi propio mundo, no porque sea un capricho, sino para sobrevivir, la mentira ha salvado mi vida. Y ahora que lo pongo en palabras suena más trágico de lo que en realidad lo he sentido. Y no tengo la más mínima intención de alterar tal forma de lo que yo llamo vivir. Me atrevo a decir tajantemente que nadie podría soportar las injurias de este mundo y sus injusticias, si no fuera por la mentira. En cualquiera de sus grados, la humanidad ha condenado la mentira, pero paradójicamente nosotros nos veríamos condenados sin ella. Qué es acaso el optimista sino un manipulador que distorsiona la verdad, qué significa los sueños de todos los niños en navidad, qué sentido tienen todas las oraciones de todas las religiones del mundo: todo es una mentira. Alabada para mí sea la falsedad, la fantasía y la imaginación.

He de confesarle que no suelo escribir correos de este tipo. No me gusta molestar a la gente, pero su relato me ha hecho reflexionar más de lo que burdamente intento expresar con estas incompletas palabras. De inmediato leeré sus otros trabajos, lo prometo, solo que estas desvariaciones incitaron la necesidad efervescente de escribirle de inmediato. Siento hacerle perder tiempo si es que llega a leer estos insulsos párrafos. Pero otra de las razones para escribirle, es agradecerle por publicar este relato, qué “tragedia” tan bella. Gracias.

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